viernes, 29 de octubre de 2010

El uso alternativo del disfraz

El uso alternativo del disfraz

Es 29 de octubre, fecha que no sólo me recuerda el cumpleaños de mi hermano, sino que remite inmediatamente a la cercana celebración del Día de Muertos en el universo de lo mexicano, visiblemente mezclado con la anglosajona costumbre del Halloween. Ambas me llevan a ideas coloridas, una por las flores de cempasúchil, las ofrendas, las catrinas y las calaveras dulces; la otra por las calabazas, los disfraces y el perene sonido de Michael Jackson cantando Thriller. Todo ello me ha llevado a escribir estas líneas respecto del disfraz.
Más allá de la primera imagen, esos recuerdos que vienen a la mente, con múltiples disfraces propios y ajenos, desde los elementales diablos y piratas del jardín de niños, hasta los elaborados héroes y villanos, personajes de cuentos, historias y películas, enfermeras y figuras de ultratumba, famosos vivos y muertos, mi segunda impresión resulta más auténtica y menos gráfica.
Era el 16 de marzo del ya lejano 2008, en el marco del torneo preolímpico centroamericano de fútbol de cara a las olimpiadas de Beijing, cuando la selección mexicana sub-20, entonces dirigida por el otrora aclamado Hugo Sánchez e integrada por una modesta base de la generación de oro más algunos suplentes, se jugaba su boleto a la justa olímpica tras su lamentable desempeño en un cuadrangular. Para calificar a los juegos olímpicos los verdes tenían que ganar por cuando menos 5 goles al débil equipo de Haití. La historia terminó con un insuficiente 5 a 1, en el que los delanteros Santiago Fernández, Luis Landín y Villaluz se dieron gusto fallando goles, cosa que a la postre le costó el cargo a un pedante pentapichichi. Lo que resuena de ese encuentro, uno de los peores fracasos en la historia del futbol mexicano, es lo que ahora me interesa. Corría el minuto 27 de la segunda parte del mentado partido y el comentarista deportivo Christian Martinoli Curi desesperado narró la más grotesca falla del joven delantero del América que inexplicablemente aparecía en la selección. Con tono que osciló entre la burla y la tristeza, ante un Fernández que volaba un tiro prácticamente en la línea de gol y sin portero, el exuberante locutor gritaba "¡ah no bueno! ¡¿De qué te vas a disfrazar Fernández?! ¿De qué te vas a disfrazar?", mientras un hilarante y decepcionado público veía la toma televisiva de un delantero que sabía que su carrera futbolística se desplomaba.
Así, Martinoli recordó en singular momento ese concepto burlesco y sarcástico del disfraz, su uso alternativo, que se quedaría tatuado en muchos aficionados, entre los que me incluyo. Un payaso, pues, en espera de ser vestido.
Para mí el disfraz desde entonces admite el significado implícito del error, pero de un error ridículo y por ello hilarante. El disfraz es una equivocación tragicómica. En este contexto, su uso no depende de ropas o pinturas, ni siquiera de caras o gestos, simplemente requiere de un error garrafal que se meza entre la negligencia, la inutilidad, la tontería y la torpeza, pero que al fin produzca una sonrisa de incredulidad y complicidad.
Acaso en los pasillos de las escuelas y oficinas se escuche, de vez en cuando, un “¿de qué te vas a disfrazar?” que destaque los errores pero que permita reír a partir de ellos. Inclsuive en twitter ya existe el intento #dequétevasadisfrazar. Más aún, será posible que el concepto evolucione para suprimir la pregunta y simplemente cantar la presencia de un “disfraz” al descubrir lo cometido o bien reclamar un abuso del disfraz. Inclusive, advertir a algún ingenuo con un simple “con esto sí no te vayas a disfrazar, ¿eh?”.
Como sea, el disfraz es útil como utensilio y como interpretación, como pregunta y como imagen. En estos festejos de la muerte, además de acudir a los típicos artificios, quizá podamos disfrazarnos con soltura y divertirnos mientras tanto.
Octubre 2010

martes, 12 de octubre de 2010

Imagen

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¡Ojalá que el vacío de una vida se llenara con fiestas como la de hoy!, pensaba el consagrado abogado, mientras se dirigía acompañado de su esposa al festejo organizado por el gremio para conmemorar su retiro del foro. Por la ventana del potente pero antiguo automóvil no alcazaba a precisar cuáles figuras eran reales y cuáles, gracias a la velocidad o a una confusa imaginación, solamente aparecían en su mente ya cansada, que poco a poco sentía cargada de recuerdos.
En cincuenta y dos años de ejercicio había podido resolver grandes litigios, descifrar los mensajes ocultos en las caprichosas leyes de un legislador irresponsable y, desde luego, amasar una considerable fortuna que permitiría que su esposa, los dos hijos comunes y sus consortes tuvieran tranquilidad y riqueza cuando alcanzara su destino final, que le parecía no sólo cercano sino deseable.


 
Había podido con todo ello. Sí, como el mejor. Pero la carencia de brillo en los ojos y el sendero pronunciado de su frente no podían interpretarse de otra forma que no fuese la tristeza. De hecho, al mirar el espejo retrovisor y percibir su propia faz, se compadeció de la escena en tal forma que ciertas lágrimas brotaron discretamente, tal y como lo habían hecho años atrás cuando leyó en el diario la esquela con el nombre de aquel amigo, inseparable colega, al que públicamente humilló con desmedida hambre de triunfo en el gran pleito de los bancos nacionales.
“¿Qué tienes? ¿Es la emoción del día?” le preguntó su compañera, acaso sin esperar una respuesta sincera, pero con una mezcla de preocupación y ternura que, aunque apreciable, resultaba desgarradora.
“Veamos –pensó- ¿qué contestarle a ésta que después de tantos años no ha podido siquiera descifrar mis gestos?” La soberbia se había apoderado de sus reflexiones tiempo atrás, ante la mezcla químicamente pura de inteligencia, talento, fama, mal carácter e imprudencia. Ante la pregunta retórica, decidió no contestar para evitar su ya acostumbrada agresividad, acaso por pena para evitar una nueva escena frente al chofer, quizá por no querer distraerse de la imagen que cruzaba la calle.
No sabía exactamente si era quien parecía, pero era la viva imagen del amor frustrado de universidad. “Es imposible que sea ella, pero sus ojos, sus labios…” Ella, que a estas alturas carecía de nombre para elevarse a concepto, a fantasmal visión que representaba el cariño genuino y la frustración más aplastante. Increíble, los años no habían transcurrido por su perfecta silueta como lo habían hecho por la propia.
Aunque no fuera ella, la terquedad lo obligaba a pensar que lo era. Nadie más podía lucir tal semblante. Convencido y en plena reflexión, confundía la realidad sensible mientras la mente hacía una excepción y daba espacio a los recuerdos, que -como los que duelen- permanecían intactos y surgían en forma vertiginosa y desordenada.
Ese era un lujo que no se había permitido prácticamente nunca. Entre las consultas, los clientes, los asuntos, las llamadas, el dictado de artículos, la lectura de los del eterno y necio detractor, las reuniones entre colegas de la barra, las charlas de política, los noticieros, los compromisos familiares y demás cuitas, había pasado su vida útil ocupado en cuestiones inmediatas. ¿A qué hora? Además, en los últimos años, ante la impotencia y la inactividad, había optado por no pensar en nada más allá que las glorias litigiosas del pasado que, como es natural, ya pocos recordarían.
Sintió cómo las imágenes trascendían la mente y se proyectaban sobre la calle, en el asfalto y en los edificios. Ella no es la única, pero ahí está diciendo presente. Las distancias variaban arbitrariamente.
El primer recuerdo apareció. “Soy yo” y en efecto lo era, pero hace más de cincuenta años, desesperado por el insomnio y la duda, jurando por lo más sagrado que dejaría de sufrir por lo irremediable y que olvidaría cualquier referencia de amores pasados, en particular ese que le vació el alma, cuya pérdida nunca aceptó del todo y que ahora caprichosamente se hacía presente en el parabrisas. En forma insólita, hoy reconocía el error de cálculo al no percibir que con semejante juramento y sepultura de recuerdos, paradójicamente les garantizó un lugar en la inmortalidad y había hecho obligatoria su reaparición fatal en cualquier momento, como éste. ¿Cómo fue posible?
Mientras frotaba sus dedos contra los párpados y la frente ya sin límites, se concentró para enfocar alguna de las láminas e imágenes que alocada e insistentemente cruzaban por su mente y que, incluso, comenzaban a invadir el panorama.
Pudo ver, en completo desorden, una pared que mostraba el vapor que brotaba del plato de la sopa de lentejas desabrida que había comido hacía unas horas. No supo a nada, como todo en estos días. En la ventana se reflejaba la risa de su madre cuando él le contaba aquel chiste sin sentido que se le había ocurrido al compañero de pupitre en primero de primaria con las imprecisiones y agregados del caso. “¡La extraño, ya son tantos años!”  El charco en la coladera mostraba orgulloso pero ondulado la foto de su título profesional. “¿Para qué tanto esfuerzo?” Un espectacular anunciaba remedios contra la cortadura de hoja de papel en el dedo de su nieta, que en el momento dibujaba una familia en la que el abuelo aparecía sentado en una silla con el ceño fruncido. ¡Qué vergüenza!, no siempre fui así.


Ni siquiera tenía que verlo todo para recordar las razones, los momentos y las sensaciones, en veces hasta las voces y pláticas. La simple imagen activaba el silogismo. 
Así distinguió y recordó pasajes de su vida durante en sólo cinco minutos de silencio absoluto en el interior del vehículo, a veces interrumpido por los ruidos de la calle que, a diferencia de las imágenes y visiones, alcanzaban a colarse por los cristales.
Por un instante volteó a ver a sus acompañantes, esperando alguna reacción, una mueca, un aspaviento. “¡Algo!” y nada. “Como siempre, sólo los veo yo, son los míos.” Sí, sólo encontró asombro. “Esa mirada que pone cuando me ve enojado y me cree loco, ¡cómo me molesta!” pensaba, ebrio de visiones y de realidad.
Por la derecha percibió los salones de clase, los amigos y las borracheras. “Los extraño”, sabía que ya no reía como entonces. Por la izquierda vio golpes y escenas de su antigua y decaída pasión futbolera. Por el centro, en el arroyo, la boda. “¡Qué belleza!, la amaba entonces, ¿qué sucedió?”
Toda una amalgama de imágenes y sentimientos iban y venían. Por instantes algunas hasta lo saludaron.
Con trabajos distinguió el nacimiento de sus hijos. Eran fotografías imprecisas y borrosas de las que no se desprendían las sensaciones que naturalmente brotaban de las demás imágenes. Qué más da.
De la misma forma recordó los amores, que ahora se mezclaban con sonidos errantes de canciones de Sabina. Mientras abría la boca, recordó los besos de antaño y, entonces, recordó los que nunca dio. Y sobrevino el dolor, una punzada intensa de frustración. Esos labios jamás besados estaban ahora en el parabrisas, viéndole. Deliraba. Ella, a quien no se atrevió a pedir explicaciones, por supuesto respeto; a quien no pudo plantear compromisos o respuestas por miedo; a quien no veía como a todos; a quien había reconocido como su perdición con inseguridad supina. Ella. “Tú, ¿por qué Tú?” Las palabras calladas, los besos omitidos. Todo se abalanzaba en su cerebro y en sus ojos, borrando lo demás, ocupándolo todo, colmando la mente y rompiendo neuronas.
Mientras más perdía el contacto con la realidad, que para entonces se convertía en un recuerdo más, tuvo ganas de gritar, de moverse, de respirar. “¿Qué pasa? ¿Por qué? ¡Hoy no, por Dios!” Ningún sonido. Esto debe ser peligroso para una mente brillante. Qué ironía. Se había negado a disfrutar su capacidad íntegramente y ahora sentía cómo se iba pudriendo dentro de los límites impuestos, a base del bombardeo de recuerdos que la propia mente le había guardado.
El chillido de los frenos, la leve sacudida y la disculpa torpe y casi simultánea del chofer, lo despertaron, lo despejaron. Alguna mueca y una queja, no acertó a pronunciar palabras, pero sintió alivio al sentirse sano y salvo. Pero ya nada podía borrar lo que había visto o recordado, aunque no pudiera distinguir lo verdadero de lo imaginario.
Volvió en sí. En la calle ya no había imágenes. “¡Ya no está, de nuevo la perdí!” En vano intentó encontrar ese rostro en los espejos, la boca en los letreros, su mirada entre los vehículos vecinos que inclementes aumentaban la velocidad. Nada. Se fue, de nuevo sin despedirse, acaso para siempre. Sintió otra vez la soledad y estuvo a punto de llorar, mientras el silencio del interior del automóvil no parecía dispuesto a ceder.
Nada será igual. Había vivido una farsa. Ilusamente pretendió borrar lo indeleble y entonces supo que seguía pagando el precio que se impuso, abrumado por el mal genio y por un éxito que terminó volviéndolo aún más huraño.
“¡Que ¿qué pienso?!” Ahora sí gritó en respuesta, furioso, mientras tronaba la dentadura postiza y restregaba sus manos en el pantalón de gala. “Se lo ha ganado –pensó-, lo voy a decir con todas sus letras. Por fin hablaré sinceramente.” Girando el cuello, despejó la garganta y clavó los ojos en esa vieja compañera a quien nunca supo amar.
“¡Que ¿qué me pasa?! –de nuevo- ¡Nada!”, no había pasado nada. Golpeó la puerta con el puño. “¡No merezco ningún premio!” Volteó la mirada, como buscando. “¡Deberían dártelo a ti!”

Junio de 2005
Juan Pablo Estrada Michel

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Qué es lo que seguirá haciendo Lennon?

Según mis más remotos recuerdos, empecé a tener conciencia de la vida cuando tuve noticia de la muerte de uno de los ídolos de mi padre, acaso el único entre ellos que pudo provocarme simpatías y emoción durante la infancia. Tenía poco menos de 3 años cuando se supo mundialmente que un fanático mató a John Lennon (en ingenua expresión casera) "el de los Beatles". Hoy, a los 32, me pregunto qué sigue haciendo el ahora indescifrable genio de Liverpool, a quien desde mis primeros pasos en la afición (adicción) a la música supe que jamás podría conocer o ver en vivo.

Desde luego, no respondo con la imagen celestial con diamantes de una vida después de la muerte entre nubes con dibujos pop, pianos, guitarras y lentes redondos. Cumpliendo la instrucción, imagino que no hay cielo. Mejor contesto con lo que no tengo que inventar, con lo que tengo a la mano, con la realidad terrena presente. Esa en la que John (así de personal, como hablamos de los que están siempre por sus geniales obras) continúa siendo.
Desde luego, Lennon sigue presente en lo evidente. Vende millones de discos a los fanáticos radicales, es una marca celosamente guardada y explotada por la tantas veces odiada Yoko, que dará de comer a generaciones. Pero hay algo más, eso que provoca que su música y su personalidad se sigan manifestando como algo propio de esta época, algo que nos es propio y actual, lo que hace que a nadie extrañe encontrarse cantando sus canciones en un bar, ni que él y su fotografía encabecen las noticias y portadas de los diarios por todo el mundo. En este sentido, me resulta ajena la postura de un dolido McCartney en Here Today, porque desde lo lejano del espectador la presencia de Lennon no puede concebirse en condicional. Está aquí. La pregunta es por qué.



Me parece que es porque John W. Ono Lennon alcanzó la inmortalidad, no por ser un santo ni por ser el músico, intérprete o compositor más talentoso (no lo era aún entre los Fab 4). Es inmortal porque es expresión de la humana condición, pero bien expresada. Es contradicción y conflicto, tanto como paz, amor y revolución.
El primus ínter pares de los primi ínter pares, John fue el factor de creación y el líder moral indiscutido en The Beatles, que en sus inicios fue la evolución de la banda de Lennon cuando él autorizó las adiciones y cambios de elementos que finalmente integrarían a Paul y George, y que incluso tuvo en sus primeros nombres la indicación de que era su grupo de acompañamiento. Por su amistad y cercanía se movían los egos, aunque funcionaba el catalizador de la simpatía rítmica de Ringo. Es clarísima la mano decisiva de Lennon en los primeros discos y temas del cuarteto de Liverpool. En los posteriores, digamos después del Revolver, siendo distinto, supo compartir, disfrutar y acoplarse a los talentos desarrollados de McCartney y Harrison, soltando entre tanto las riendas de su imagen icónica y creando sonidos y canciones geniales que marcaron diferencias. Las hay tantas en ellos, tan pocas en la historia. Bueno, es comúnmente aceptada la versión de que fue John quien dinamitó a los Beatles, renuente al liderazgo asumido por Paul y entregado a su exaltada unión con Yoko.

No quedó ahí (como no lo hizo ninguno de ellos). Siendo su idolatrado Elvis el Rey del Rock, Lennon lo es de lo que el rock produce, es el líder y la imagen de la revolución del rock. Su carrera como solista no fue constante, pero produjo acaso sus mejores canciones, ahora exclusivamente suyas. Dentro de sus caprichos maritales, supo rodearse de talentos y colaboraciones que incluyen desde Harrison y Clapton, hasta Bowie y Elton John. Retomó raíces rockeras, escribió e interpretó baladas inmensas, mientras se ocupó de movimientos sociales y de establecer su imagen indeleble en ellos. Inclusive, dejó temporalmente las actividades públicas para reconstruirse como padre y esposo, para después regresar con un álbum hecho, sin saberlo, para ser póstumo.
Lo cierto es que Lennon es un cantante y músico que llega a líder social; simplemente decir su nombre produce mentalmente la imagen universal, que hoy día trasciende al twitter en la combinación de una jota, grados y paréntesis ((ojo)), que evoca sonidos, tonadas, revolución de paz y amor.

A diferencia de los demás beatles y otros íconos del rock y del pop, creo que en sus defectos y en sus excesos John es lo que todo sujeto con gusto musical añora ser. Es él mismo.

Así, hay quienes prefieren caer en el lugar común y sostienen que paradójicamente Lennon alcanzó la inmortalidad al morir joven víctima de asesinato. Yo prefiero decir que John Ono Lennon alcanzó la eternidad por su vida, eso que pasa mientras estás ocupado haciendo planes.




Es evidente que mi interés en Lennon rebasó el ingenuo y natural gusto de mi padre; inclusive diferimos por cuanto a las razones y canciones de preferencia y de crítica. Pero, aunque sea un sueño actual y real de mi parte, tal vez pueda cantar con mi hijo alguna de sus canciones y, con ello, continuar con el legado.

Arrancamos con el blog, un 8 de octubre de 2010.

Tarde, pero con ganas de empezar, empiezo el blog con la idea de subir a la red algunas notas, ideas, desvarios, artículos y demás. Ya veremos.